Las sociedades están lideradas por personas y grupos que habitualmente tienen una edad media elevada. No siempre se toma en cuenta la situación en la que se encuentran los más jóvenes.
Por poner algún ejemplo, en el contexto laboral, los jóvenes se enfrentan a una tasa de paro en torno al 40%. Los que finalmente acceden a un empleo, con frecuencia, se enfrentan a trabajos con más horas de las acordadas y escasamente remunerados. Mientras tanto, el entorno académico no es mucho más alentador, los jóvenes se ven involucrados en planes de estudios poco atractivos y, a veces, alejados de la realidad laboral. En ellos, el estudio memorístico predomina sobre desarrollo de la creatividad y capacidad de análisis.
Por otra parte, nuestro modelo de familia y de sociedad está cambiando muy deprisa. Los aspectos emocionales y relacionales tienden a quedar supeditados a las necesidades laborales y económicas. De esta forma, los espacios de encuentro dentro de la familia tienden a ser escasos y de baja calidad.
Probablemente, los jóvenes reflejan un malestar que nos pertenece a todos. En esta franja de edad, vemos como aumenta el consumo de alcohol, "el botellón", drogas y el diagnóstico de diferentes trastornos psicológicos. Seguramente, estos problemas están contenidos por la labor de los padres que mantiene el apoyo económico y emocional de los jóvenes hasta edades muy elevadas. Aunque esta "solución", a su vez, genera un coste familiar.
Se plantea una paradoja. Ser joven implica estar en plenitud de capacidades físicas e intelectuales y parece que debería ir asociado a la ilusión de tener toda la vida por delante. Sin embargo, en España, la primera causa de mortalidad en esta edad es el suicidio. Un dato que no debería dejarnos indiferentes.
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