Los virus son tristemente conocidos por su capacidad para infectar al ser humano y producir enfermedades. Básicamente, son parásitos de nuestro material genético, se insertan en él y engañan a nuestra maquinaria celular para que produzca sus proteínas y puedan reproducirse.
Sin embargo, los virus no siempre resultan nocivos. En algún momento de la evolución, hace millones de años, un antepasado nuestro fue capaz de anular la capacidad reproductora de un virus ancestral y modificar su información genética para que produjese una proteína que fuese beneficiosa para nosotros: la sincitina.
Esta proteína se encuentra en la placenta y facilita la unión entre células y el tráfico de sustancias entre el feto y la madre. La proteína original del virus adhiere las células del huésped para que el virus pueda desplazarse entre ellas. Justamente, esta propiedad es la que utiliza la sincitina al servicio de la placenta.
No deja de ser llamativo, como en ocasiones quien pretende causarte un daño puede terminar ofreciéndote un servicio beneficioso. O, simplemente, puede ser posible convertir situaciones adversas en favorables.
Más información en: Shubin, N. (2024) “El puzzle de la evolución”. Ed. Zinet. Muy Interesante. Edición coleccionista. Pags.135-6.
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