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Writer's pictureLuis Palacios Araus

El estornudo. Decir no (adecuadamente)


En una conversación con un grupo de amigos, Juana tiene la sensación de que siempre se repite la misma historia como el día de la marmota. Se trata de buscar un sitio donde ir a comer. Hay una pareja, Salva y Mirian, que son vegetarianos y siempre vetan los restaurantes que, a ella, una auténtica carnívora, le gustan.


Una vez más, no se puede ir al restaurante “La Barbacoa”. Salva y Mirian, con cara de asco, comentan que se ponen enfermos de pensar en la grasa de cerdo goteando por la parrilla. Hasta ahora, Juana, en estas ocasiones, siempre había sonreído y, muy educadamente, dicho un “no importa, tengo buen comer y me puedo adaptar a cualquier otro restaurante”.


Pero este día, Juana traía otra respuesta que había estado “preparando” durante el día anterior en su casa. Con el mismo tono cortés de siempre, dijo: “Entiendo que no os guste la carne de cerdo, pero en La Barbacoa también se puedan pedir verduras a la brasa. Me parece que también es divertido cambiar de sitio". (Y que todos hagamos esfuerzos por adaptarnos a los gustos del resto del grupo, pensó).


Juana no estaba segura de cuál iba a ser la respuesta de Salva y Marian. Pero lo que era indudable, era su sensación de alivio. Como cuando un estornudo te libera de una molestia en la garganta.

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