Se suele valorar al terapeuta por las cosas que dice. A veces son observaciones, en ocasiones reflexiones, otras veces interpretaciones y también puede tratarse de sugerencias o consejos.
Sin embargo, el "discreto" silencio no acostumbra a recibir una elevada consideración, quizás, porque se asocia a la ignorancia. Sin embargo, en cualquier abordaje (individual, pareja, familiar, grupal) puede resultar una intervención, o más bien una actitud, cargada de sentido.
El silencio del terapeuta implica una posición de escucha que deja abierto el espacio para que hable el paciente, cuente su historia hasta donde considere oportuno, a su manera y siguiendo su ritmo.
Detrás del silencio del terapeuta hay una actitud de acogimiento, humildad y respeto que está asociada a la relación terapéutica y cualquier otra relación de cuidado. De hecho, este silencio estaría construyendo los cimientos en los que se apoyarán las futuras intervenciones "habladas" del terapeuta.
Aunque, en principio, pueda parecer fácil, el silencio del terapeuta, con frecuencia, resulta incómodo tanto para él, como para el paciente. Entre otras razones, porque, posiblemente, estamos poco acostumbrados a que las relaciones de cuidado se planteen desde esta perspectiva.
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