En una sesión de terapia con un padre y un hijo adolescente hacíamos memoria de cómo vivió nuestra generación la adolescencia y la juventud en el instituto.
Recordábamos que no había "partes", ni actividades extraescolares, incluso podíamos fumar en clase, hacíamos salidas culturales durante el curso y campamentos durante el verano. Son detalles, pero a veces los detalles son indicadores de una realidad más amplia. Seguramente, entonces, las notas pesaban menos, en cambio, la vida familiar y social tenía más protagonismo.
Por cierto, en nuestra generación, apenas había obesidad, no sabíamos lo que era el trastorno por déficit de atención, ni la anorexia. No conocíamos casos de suicidio, ni siquiera "intentos" en nuestro entorno. Si los había, eran menos frecuentes o estaban muy bien ocultados.
Podríamos estar construyendo una sociedad que no está tomando adecuadamente en cuenta las necesidades emocionales y relacionales de nuestros niños y jóvenes. Esta situación, no sólo afecta a esta generación, también pone en una situación difícil a sus familias y entorno educativo.
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