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La emoción de la inteligencia artificial

Writer's picture: Luis Palacios ArausLuis Palacios Araus
humano contra máquina, ajedrez

Hubo un tiempo que se pensó que una máquina nunca podría ganarle una partida de ajedrez al campeón del mundo. En 1996 "Deep Blue" demostró lo contrario al derrotar a Gary Kasparov.


Poco a poco, hemos ido asumiendo que la inteligencia artificial supera algunas, o muchas, de nuestras capacidades. Curiosamente, una de las últimas fronteras de "nuestra resistencia" en esa especie de confrontación (de dudosa justificación) es la dificultad para que las máquinas sientan y expresen emociones.


Si estamos pensando en máquinas que interaccionen con nosotros, especialmente para proporcionarnos cierta compañía, puede tener sentido buscar ese aspecto emocional de la máquina. Sin embargo, más allá de esa aplicación, posiblemente para la eficacia de la máquina, carezca de utilidad estar dotada de sentimientos.


Parece que nuestro mundo emocional, desde una perspectiva evolutiva, nos "sirvió" para premiar o castigar conductas y actitudes y, de esta forma, facilitar el aprendizaje. Lógicamente, las máquinas tienen otras formas de aprender, por cierto, más eficaces, por lo que este sistema de refuerzo sería un tanto superfluo.


A veces resulta difícil separarnos de una visión "antropocéntrica" para evaluar nuestro entorno y los cambios que se producen en él. Probablemente, no podemos intentar encajar el mundo de los ordenadores en los parámetros del ser humano. Incluso, podríamos llegar a plantearnos en qué podría beneficiarle a una máquina estar dotada de un mundo emocional.


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